domingo, 28 de diciembre de 2014

AVALANCHA EN LOS GRISONES WILLIAM M TURNER

AVALANCHA EN LOS GRISONES 1810

Avalancha en los grisones
óleo sobre lienzo 90 x 120 cm
Tate Gallery, Londres
Avalancha en los grisones ( detalle )




En este detalle se ve el momento altamente dramático en el que la pequeña choza está a punto de ser arrollada por la enorme roca.


El dibujo representa un episodio de la primera escalada del Cervino. Siete alpinistas guiados por Edward Whymper, alcanzaron la cima a las 13,40 del 14 de julio de 1865, pero durante el regreso cuatro de ellos perdieron la vida en una trágica caída . El arista fue un hábil escalador y dedicó muchas ilustraciones a este tema , directamente inspiradas en las composiciones de Turner.


Mercedes Tamara ( autora )
28-12-2014

Bibliografia . Turner, Edit Biblioteca El Mundo

viernes, 5 de diciembre de 2014

LOS SÍNDICOS DE LOS PAÑEROS REMBRANDT

LOS SÍNDICOS DE LOS PAÑEROS 1662
Los síndicos de los pañeros
óleo sobre lienzo 191,5 x 279 cm
Amsterdam, Rijkmuseum




En el cuadro se retrata a los miembros de una comisión del gremio de los pañeros, encargados de verificar la calidad de las telas que se producían y vendían en Amsterdam. Junto con otros cinco cuadros que ilustran el mismo tema, éste permaneció en la sede de la corporación hasta 1778, año en que fue trasladado al Ayuntamiento de Amsterdam; en 1808 fue entregado en préstamo al naciente Rijkmuseum.

Los personajes que aparecen en el cuadro han sido reconocidos con una discreta seguridad ; para 1661-1662 existe una lista de los síndicos titulares, que luego se han identificado entre los personajes retratados sobre la base de su edad y su posición social. El hombre sentado en el centro, ante un libro abierto es el presidente de los síndicos , Willem van Doyenburg, rodeado de sus ayudantes. El personaje de pie y en segundo plano, es Fran Bel, el sirviente que vivía en el palacio del gremio y se ocupaba del mantenimiento.

Su presencia fue impuesta a Rembrandt por los comitentes; en los retratos anteriores aparecía siempre entre los síndicos de los pañeros. La inserción de la figura de Bel causó a Rembrandt problemas compositivos , puesto que las radiografías del cuadro atestiguan que el maestro cambió su colocación varias veces . También fue objeto de replanteamiento la posición de la segunda figura de la izquierda, aprehendida en el momento de levantarse. Esta actitud, que sirvió a Rembrandt para articular la composición , ha dado lugar a una interpretación infundada según la cual los síndicos habían sido retratados al término de una reunión, sorprendidos por una acontecimiento inesperado . En el fondo, en la boiserie, Rembrandt insertó un recuadro , apenas visible, con un faro iluminado por focos de señalización, en una alusión simbólica al papel de los personajes representados , que con responsabilidad había de guiar la ruta del comercio

Mercedes Tamara
5-12-2014

Bibliografía. Rembrandt, Edit Biblioteca El Mundo 


domingo, 9 de noviembre de 2014

LA TÚNICA DE JOSÉ DIEGO DE VELÁZQUEZ

LA TÚNICA DE JOSÉ 1630


La túnica de José
óleo sobre lienzo 225 x 250 cm
El Escorial, Monasterio de San Lorenzo ( Madrid )








Motivado por sus amplios deseos de aprender y animado por el gran Rubens -que estaba en Madrid en 1628 en viaje diplomático- Velázquez realiza su primer viaje a Italia entre 1629 y 1631. Será un viaje de estudios, en el que conocerá tanto la Antigüedad clásica como lo realizado por los grandes maestros del Renacimiento -Miguel Ángel, Leonardo o Rafael sin olvidar a Tintoretto y Tiziano- interesándose también por lo que se hacía en aquellos momentos, especialmente por el Clasicismo boloñés de Guercino o Annibale Carracci.


En La túnica de José el artista ha limitado el número de los hermanos de José de diez a cinco . Dos de ellos muestran al anciano padre la túnica manchada con sangre de cabra para convencerlo de la muerte de su hijo predilecto . Jacob , en un pequeño asiento extiende los brazos hacía delante , mostrando el dolor en su rostro. En el lado opuesto, otro hermano de José , de espaldas, parece hacer ademán de llorar, llevándose las manos al rostro . Otros dos , apenas indicados , destacan sobre un fondo liso .

La representación de las reacciones de los personajes en la cruel puesta en escena se lleva a cabo con excepcional eficacia . La acción se desarrolla en una amplia sala con pavimento ajedrezeado , un elemento frecuente en las obras de Tiziano y Tintoretto, pero raro y en lo esencial único en Velázquez. Este pavimento a cuadros muestra un esmerado estudio según las reglas de la perspectiva a la manera italiana. El efecto de profundidad espacial viene dado en parte por el bastón dejado en el suelo .

Un paisaje muy bello de tonos azulados , testimonia las extraordinarias capacidades del artista sevillano , aparece detrás del joven que finge llorar , volviéndose y llevándose la mano derecha al rostro . El perrito ladra a los embusteros hermanos de José como si intuyese la traición . Es un detalle vivaz que indica una vez más cuánto observaba Velázquez la realidad.





Mercedes Tamara
9-11-2014


Bibliografía : Velázquez, Edit Biblioteca El Mundo

sábado, 1 de noviembre de 2014

VISTA DE TOLEDO ( TORMENTA SOBRE TOLEDO ) El GRECO


VISTA DE TOLEDO ( TORMENTA SOBRE TOLEDO ) 1600


Vista de Toledo ( Tormenta sobre Toledo )
óleo sobre lienzo 121,3 x 108.6 cm
Nueva York, The Metroplitam Museum of Art.




Pintado en un estilo manierista, o incluso barroco, el cuadro representa la ciudad de Toledo. Adopta un punto de vista bajo. No obstante, la obra se toma algunas libertades en relación con la verdadera disposición de Toledo. Algunos edificios están representados en posiciones diferentes a las de su verdadera ubicación, pero fielmente representa el castillo de San Servando a la izquierda. Por debajo de él, están representados otros edificios, quizá inventados por el pintor. A la derecha se ve el Alcázar y la catedral con su campanario; en el centro se ve el corte del Tajo, atravesando el puente de Alcántara. Los monumentos están iluminados por una luz fantasmagórica que retrata sus perfiles ntidamente.

Este cuadro, uno de los más famosos del artista ha provocado múltiples interpretaciones controvertidas ; a ello ha contribuido en particular el carácter fantástico- amenazante de la silueta urbana , que aparece en un paisaje accidentado, con una luz mortecina. Entre otras, también se ha expresado la teoría de que le sirvió de modelo la tradición del paisaje en su conjunto , propio de pintores holandeses y flamencos que trabajaron en Roma hacía 1570. En apoyo de esta teoría podría aducirse la posición del observador , elevada en relación con el primer plano, y por la linea de colores que cae hacía la izquierda y que asume la función del horizonte.

Sin embargo, predominan las diferencias : debido a la forzada escarpadura del terreno. Toledo y el ambiente paisajista se integran en una composición vertical exaltada que supera el formato alto usual y que inmediatamente tras el primer plano- impulsa al observador a asumir - una perspectiva de punto de vista bajo. Ciertamente , el lienzo va más allá de un ambiente meramente local que supera notablemente lo atmosférico y como la mayoría de los paisajes universales, está lleno de aspectos simbólicos .

Sin embargo, a diferencia de los paisajes universales , al observador no  se le ofrece una visión de conjunto , sino que éste se encuentra inmerso en su mismo ambiente; la composición no lleva la mirada , desde una altura soberana, a un panorama extendido , sino que lo lleva irresistiblemente de abajo a arriba, donde los árboles que se alzan a la derecha y de las colinas que se aglomeran unas sobre otras hacía un cielo apocalíptico , pasando por los reflejos verticales de la luz en los contornos de los edificios.

Mercedes Tamara
1-11-2014

Bibliografia : Pintura paisajista , Edic Taschen

viernes, 10 de octubre de 2014

MAGDALENA PENITENTE PAOLO CALIARI " EL VERONÉS "


MAGDALENA PENITENTE 1581
Magdalena penitente
óleo sobre lienzo 122 x 105 cm
Madrid, Museo Nacional del Prado








Estamos ante una obra tardía del Veronés ( está fechada en 1583, el mismo año que Felipe II le encargaba una Anunciación para el Altar Mayor de El Escorial ) que refleja perfectamente la transformaciones que estaban teniendo lugar en la pintura religiosa veneciana en torno a 1580. No se trataba solamente de un nuevo orden de prioridades impuesto por el Concilio de Trento con su énfasis en ciertos temas como la Eucaristía o el martirio de los santos , sino también del celo con que la Inquisición- ante la que el Veronés ya había tenido que dar explicaciones en 1571 por su Cena en la casa de Leví- pasó a velar por el decoro en el tratamiento de los temas sacros. Todos los pintores  venecianos - desde el anciano Tiziano al joven Palma- adecuaron sus pinturas a estas demandas , aunque cada uno respondiera de una manera distinta a las nuevas exigencias . La opción del Veronés está marcada por un consciente abandono de la fastuosa teatralidad que había acompañado sus composiciones religiosas en décadas anteriores y por la emotiva búsqueda de una espiritualidad más íntima y sosegada. Este nuevo estado anímico llevó aparejado un cambio en los aspectos formales de su pintura, donde asistimos a una progresiva simplificación compositiva , a un obscurecimiento de la paleta cromática , y a la adopción de un estilo más abocetado. El resultado son obras de concentrada emotividad en las que ha sido eliminado cualquier detalle accesorio que pudiera distraer la atención del creyente.





Las características antes enunciadas son fácilmente perceptibles en la Magdalena penitente que aquí vemos . La composición está resuelta con una gran economía de medios . Un crucifijo , una calavera, un libro y unas ramas al fondo son todo lo que necesita el Veronés para ambientar una escena donde la santa llena con su presencia toda la composición . La paleta , todavía rica en colores brillantes, está aún más cercana al Veronés de la década de 1570 que al de finales de los 80, pero la tela transmite una gran sensación de tranquilidad gracias a la luz celestial que ilumina el bellísimo y sereno rostro de la santa. Comparamos ahora esta Magdalena con la que pintó el Veronés apenas unos años atrás , la Magdalena penitente de la National Gallery of Canada en Orawa, fechada por los especialistas hacía 1575-1577. Aquí el escenario es mucho más completo. La santa ocupa un plano mucho más alejado del espectador y ello ofrece al pintor la oportunidad de recrear un magnífico paisaje donde despliega su maestría en la gradación de colores. La Magdalena canadiense es de una espiritualidad mucho menos concentrada. El Veronés no ha renunciado aún a su gusto por lo narrativo y, frente al amplio haz luminoso de la
Magdalena madriñeña , aquí es un ángel en escorzo quien reconforta a la santa.



El énfasis puesto en el Santo Oficio en el decoro del tratamiento de los temas religiosos se aprecía en el cuadro del Museo del Prado en otro aspecto. La representación de la Magdalena penitente dio lugar durante el Renacimiento a un buen número de pinturas cuyo erotismo suscitó la censura de sectores ortodoxos para los que estas obras inducían más al deseo que a la contrición. La Magdalena del Prado se ajustaría bastante al decoro ahora exigido en la representación de los santos. La Magdalema lleva un suerte de manto sedoso que sólo deja al descubierto un hombro y parte de un pecho que cubre con manos y cabello, ocultando bastante más su anatomía que su homónima de Otawa






Mercedes Tamara
10-10-2014


Bibliografía : 1000 Obras Maestras de la Pintura , Edic Uffmann





miércoles, 8 de octubre de 2014

LA PUERTA DEL SOL ENRIQUE MARTÍNEZ CUBELLS

La Puerta del Sol
óleo sobre lienzo 75 x 96,5 cm
Colección Carmen Thyssen, Museo Thyssen, Málaga
Está rigurosamente documentado que el artista Enrique Martínez Cubells presentó un lienzo con el título La Puerta del Sol a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1904 junto a otras quince obras, entre ellas la tela titulada Trabajo, descanso, familia, por la que obtuvo medalla de primera clase. La Puerta del Sol figuró en el catálogo oficial del certamen con el número 769, de exactas medidas (75 x 96 cm) que este lienzo de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza, adquirido en una sala de subastas de Madrid en 1998. La tela fue pintada dos años antes de ser presentada al certamen nacional, tal como indica la fecha inscrita en la parte derecha del lienzo.


El cuadro forma parte de una serie de vistas urbanas –poco conocidas– realizada al regreso de uno de sus muchos viajes por Europa entre 1901 y 1906. Refleja el espíritu cosmopolita que caracteriza la personalidad del artista y que hace patente, sobre todo, sus años europeos y la consagración de su forma de pintar más personal. Cabe destacar que el artista recorrió en tan sólo cinco años un camino que va del realismo pesimista de carácter social –tal como podemos reconocer en su obra Un accidente, mención de tercera clase en la Exposición Nacional de 1897– al paisaje urbano de dinámicas y ágiles pinceladas.


De esta obra existen dos versiones. Una, propiedad del Museo Municipal de Madrid1, adquirida a la viuda del pintor, Josefina Gargallo Moreno, en 1951; la otra, esta magnífica tela. En ambos casos el pintor inmortaliza la imagen de Madrid tras la inauguración de la electrificación de la línea del tranvía Sol-Serrano el 3 de octubre de 1898. A partir de aquel año, la imagen de la Plaza del Sol y alrededores cambió considerablemente. La ciudad en dirección a la carrera de San Jerónimo se plagó de cafés, convirtiéndose en el centro neurálgico de escritores, actores y artistas.


Sin embargo, fueron las escenas portuarias del Cantábrico y la Bretaña francesa las que durante años se convirtieron en la principal fuente de inspiración para Enrique Martínez Cubells, y por ellas fue conocido artísticamente. Los hombres y mujeres de aquellos lugares ofrecieron al artista ese carácter intimista que le permitió alejarse del pintoresquismo protagonista de la pintura madrileña y el luminismo de las escenas de playas levantinas, que popularizó como ningún otro Joaquín Sorolla y que gozaron de enorme estima en su tiempo.


También los contraluces y la luz del atardecer se convirtieron en señas de identidad de su obra, en rotunda oposición a ese luminismo. Enrique Martínez Cubells, conocedor del triunfo que en la Bienal de Venecia había obtenido desde 1895 la pintura alemana de connotaciones realistas-naturalistas y consciente del escaso interés que despertaban los melodramáticos cuadros de historia, al igual la pintura regionalista, se traslada en 1900 a Múnich y desde allí recorre el norte y centro de Europa, con el objeto de estudiar la técnica de aquellos creadores que él consideraba primordiales para la renovación artística.


Esta obra muestra el interés del artista, a sus 28 años, de superar las imposiciones que marcaban los círculos oficiales y centrar su estilo en otros aspectos pictóricos, como la luz y los cambios atmosféricos. No parece extraño que escogiera una visión lluviosa de la céntrica plaza madrileña envuelta bajo la luz de una tarde húmeda e invernal en clara similitud con su Plaza de Max-Joseph en Múnich. Ofreciendo una imagen muy europeizada de la ciudad española.


El Madrid de finales de siglo era una ciudad artísticamente muy conservadora. Por ello, a pesar de su audacia y modernidad, de ser un deleite para los ojos, la obra pasó desapercibida para el jurado de la Exposición Nacional de Bellas Artes. La Puerta del Sol rebosa elegancia y soltura, es un homenaje a la gran urbe, a la luz ambiental de la tarde, a las jugosas y trasparentes pinceladas.


El empeño constante, desde su juventud, de diferenciarse de la personalidad artística y modo de firmar de su padre, Salvador Martínez Cubells, le llevó a intercalar tres modos distintos de jugar con sus apellidos. La costumbre –según los envíos realizados a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1901– de firmar como «E.M. Ruiz», la podemos encontrar en la parte delantera de sus lienzos a partir de 1900, especialmente en los cuadros pintados en 1901 y 1902. Conducta que nos permite casar exactamente el modo de firmar del autor con la fecha en la que fue realizado este lienzo. A partir de 1903, justo antes de la Exposición Nacional de 1904, Enrique Martínez Cubells abandona ese modo de rubricar, que reconocemos en Puerta del Sol de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza, por el que pasaría a convertirse en su definitivo apellido artístico, «E.M – Cubells Ruiz», tal como recoge el lienzo de la colección municipal de Madrid y que durante un período muy corto de tiempo alternó con «E.M. Cubells».


Por todo lo que precede, además de la evidente seguridad y madurez técnica que demuestra tener el autor en el momento de pintar el referido cuadro, hace pensar, en definitiva, que esta obra fue la presentada en 1904 por el artista Enrique Martínez Cubells a la Exposición Nacional.


Mercedes Tamara
8-10-2014


Bibliografía :Felisa Martínez Andrés , Museo Carmen Thyssen, Málaga

lunes, 6 de octubre de 2014

RONDA MANUEL GARCÍA RODRÍGUEZ

RONDA 1924


Ronda
óleo sobre lienzo 54 x 67 cm
Colección Carmen Thyssen, Museo Thyssen, Málaga


Desde sus primeros años de formación con el pintor sevillano José de la Vega (de la saga familiar de los hermanos De la Vega activos a mediados del siglo XIX), el pintor se centró en un arte de un realismo acendrado, inicialmente bajo la sugestión de la pintura de Fortuny y el costumbrismo local, para más tarde desarrollar un paisajismo de tono romántico que constituiría, junto con otros paisajistas pioneros como Sánchez-Perrier, el núcleo germinal del paisajismo de la Escuela de Alcalá de Guadaíra; sin duda, este un hito fundamental en la práctica de una pintura en relación con el paisaje y la naturaleza en Andalucía.

Con una abundantísima producción, la pintura de García Rodríguez a medida que fue avanzando estuvo más inclinada hacia lo artesanal con un carácter preciosista e ilustrativo, cultivando todo un amplísimo repertorio: desde los temas rurales y costumbristas urbanos, hasta la recogida de encuadres monumentales o anecdóticos en los que prevalece siempre lo pintoresco. Su reconocimiento, al menos a nivel nacional, llegaría en la Exposición Nacional del año 1890, en el que recibió una segunda medalla, idéntico galardón que también obtuvo Emilio Sánchez-Perrier por su obra Febrero. Este hecho marcaría un antes y un después del paisajismo andaluz a escala nacional, con una presencia clara del paisajismo sevillano a partir de este momento.

Precisamente de 1896 poseemos uno de los comentarios críticos acerca de la obra del pintor, debido al crítico Sedano, en donde se confirma como un artista cultivador del paisaje de composición con intencionados encuadres pintorescos adornados con grupos de tipos que animan y hacen más dinámicas las composiciones. Composiciones siempre ejecutadas con tacto y detalle, que tenían una demanda notable en los ambientes burgueses. De ahí la frecuencia de García Rodríguez en los mercados, no sólo de Madrid y Barcelona, ciudades que frecuentaría, sino también en el extranjero. Lo cual viene a considerar al pintor como un artista más, aunque de cierta calidad, que se sumaba a la lista de los pintores que abastecían a un grupo social que demandaba pinturas con «atributos turísticos», a los que se añadían algunos elementos históricos y pintorescos, en una continuidad que se remontaba a los primeros paisajistas románticos locales. Ya entonces el crítico le reprochaba su renuncia a la calidad de obras anteriores, alabadas en los años ochenta del siglo XIX, «cayendo en el amaneramiento de fotografiarse» y de utilizar prototipos pictóricos, repetidos en perfiles, aguas y celajes; reunidos en vistas panorámicas, combinando fragmentos que sirven para obras de menor formato. «Hoy García Rodríguez es sencillo, elegante, seductor, y sus lienzos no tienen nada de fantástico, son trozos arrancados a la naturaleza», pero «la imaginación artística parece fatigada».


No obstante, fue en los años de la segunda década del siglo XX cuando Manuel García Rodríguez logra alcanzar el mayor grado de difusión de su obra y fama personal, unas fechas que coincidieron con un momento de prosperidad económica en la España de los años en torno a la Gran Guerra; en los que el pintor parece ser el paradigma del cultivo del paisajismo sevillano, tras el fallecimiento de algunos de sus compañeros de generación, más afrancesados e internacionales.


De todos modos, el paisajismo local en sus posibles vertientes andaluzas ya había realizado nuevas incorporaciones y añadido otros puntos de vista, que irían entre lo castizo y tradicional pasando por lo historicista, o rasgos en los que se detectan incorporaciones de estéticas y sensibilidades modernistas, pasando por las proyecciones y adopción del lenguaje pictórico del impresionismo (aún muy lejos de la ortodoxia plástica y conceptual de este movimiento), pero en donde se asume una nueva valoración de lo pictórico y luminoso. Aspectos estos últimos que, en el caso de García Rodríguez, refrescaron algo su pintura. Ahora centrada en nuevos encuadres urbanos: como patios, calles, parques, riberas, mercados, compases y jardines. Así como ilustraciones de escenarios y parajes pintorescos adornados con elementos y tipos costumbristas, en los que la anécdota vendría a ser un elemento complementario del paisaje, siempre de referencia a lugares y ciudades de carácter. A este criterio, un tanto en la inercia de la pintura preciosista, responderían muchas de las ilustraciones enviadas a revistas ilustradas del momento: como La Ilustración Artística o las de entonces reciente creación, como Blanco y Negro y La Esfera.


Ya en los últimos años de producción, Manuel García Rodríguez repartirá su actividad entre Madrid y Sevilla, continuando el envío de obras al mercado argentino y americano en general a través del también pintor José Pinelo, colega desde los años pioneros en la Escuela de Alcalá. Concretamente en los años veinte, y desde los primeros años de la década del siglo XX, cultivó series dedicadas tanto al Alcázar de Sevilla, Sanlúcar o la costa y el puerto de Cádiz, así como algunos encuadres de Tánger y de pueblos y localidades especialmente pintorescas como Ronda.


Precisamente fechada el año anterior al fallecimiento del artista, la pintura que comentamos recoge un pintoresco encuadre del puente viejo (también popularmente llamado «Arco romano») en la histórica y evocadora ciudad de Ronda, en donde se sitúa el también denominado popularmente «sillón del rey moro», en el quiebro de la cuesta de acceso a la medina nazarí. La composición centra el Arco de Felipe V que salva el río Guadalevín en la zona donde se ubican los baños árabes de la localidad. Un cierto pintoresquismo turístico (sobre todo de los años previos de la Exposición Iberoamericana de 1929 y los presupuestos puestos en vigor por el marqués de Vega Inclán) parece impregnar la escena, en la que deambulan algunos personales locales con una reata de borricos y jaeces a lo morisca.


La pintura documenta el estado anterior a su última reconstrucción. Construida en el mismo lugar de la antigua puerta árabe que daba acceso a la ciudad vieja, situada en la parte alta amurallada. El encuadre elegido por el artista se sitúa en penumbra a la sombra del atardecer con luz oeste, visto desde la parte interior de la ciudad: de ahí que no se divise el escudo de los Borbones en el que se da cuenta de la fecha de construcción del arco. El vano emboca el puente, tras salvar la longitud del puente viejo que conecta con la parte de ciudad nueva que se perfila al fondo de la composición (hoy barrio de Padre Jesús con la iglesia de Santa Cecilia) a la plena luz de la serranía. Desde el puente viejo se accedía a la zona más antigua del denominado mercadillo (llamado así por ser el lugar por antonomasia donde se realizaban los tratos de ganado y se asentaban los tenderetes de los vendedores ambulantes), encontrándonos con una amplia calzada denominada como calle Real.


La posición de la figura femenina, a la izquierda del conjunto, desde donde divisaría los baños árabes (situados a la derecha del puente en la parte baja del pretil en el que se apoya) revela una actitud entre solitaria y melancólica ante la contemplación un paisaje que no podemos ver. Sin duda una figura que, por su atuendo urbano, en contraste con los rurales de los otros personajes en el lado opuesto, parece aludir a algún tipo de turista, que podría delatar el origen fotográfico de dicha composición.

Mercedes Tamara
6-10-2014

Bibliografía :Juan Fernández Lacomba, Museo Carmen Thyssen, Málaga

sábado, 27 de septiembre de 2014

COMPÁS DEL CONVENTO DE SANTA PAULA, SEVILLA MANUEL GARCÍA RÓDRIGUEZ

COMPÁS DEL CONVENTO DE SANTA PAULA, SEVILLA , 1920-1925



Compás del convento de Santa Paula, Sevilla
óleo sobre lienzo 73,7 x 97,8 cm
Colección Carmen Thyssen, Museo Thyssen, Málaga




Con un sentido colorista y descriptivo, siempre con la presencia femenina entre una abundante floresta, esta pintura de la última etapa de la producción de García Rodríguez recoge un pintoresco y sevillanísimo rincón perteneciente al compás del célebre convento de Santa Paula, un lugar emblemático y de carácter de lo que ha venido tradicionalmente, incluso desde los primeros viajeros románticos, considerándose como sevillano.

En relación con el lugar en cuestión, el célebre convento sevillano, con su conocida portada mudéjar de azulejería renacentista debida a Niculoso Pisano en su compás, y tan ensalzada por visitantes e historiadores, queda eludida en esta pintura. García Rodríguez, por contra, prefiere el argumento más ecléctico y popular del entorno del jardín, al que también se incorporan algunas notas luministas sobre el monumento emboscado.


El lienzo recoge un encuadre de la cabecera de la iglesia conventual con las gárgolas y la crestería gótica y un rincón del jardín adyacente. En torno a una alberca (hoy desaparecida), en primer plano, aparece todo un repertorio de macetas de rosales, claveles y geranios junto a la casa del guardés, a cuya entrada se halla colgada una jaula de canario que canta en una soleada mañana. Posee esta obra unas características y una especial atención a detalles descriptivos que apuntan, como en el caso de Jardines del Alcázar (p. *), a un preciosismo de carácter ilustrativo popular, donde se deja entrever ciertas reminiscencias de las ilustraciones modernistas.


De hecho, este tipo de pinturas de la producción de García Rodríguez, en especial las de su última etapa, están entendidas a modo de pinturas emblemas de un «jardín de los sentidos» sevillano; un aspecto cultural local mantenido desde visiones anteriores por artistas y escritores. Se establece así una solución de continuidad en cuanto a la atención a este tipo de temas dentro de una sensibilidad común, que iría desde los Bécquer hasta José M.ª Izquierdo, pasando por Romero Murube o Cernuda.

En este sentido, resulta muy reveladora la descripción que ya en 1894 publicó el historiador y gran hombre de la cultura sevillana José Gestoso; una descripción muy ajustada y de acentos bécquerianos que tiene mucho de coincidente y de valoración de la personalidad de este singular espacio ajardinado. Dicha descripción fue publicada a modo de introducción de la obra Páginas sevillanas, perteneciente a otro escritor relevante, en lo que se refiere a la definición de «lo sevillano», como fue Manuel Chaves.



Mercedes Tamara
27-09-2014


Bibliografía : Juan Fernández Lacombe, Colección Carmen Thyssen, Museo Thyssen, Málaga


miércoles, 24 de septiembre de 2014

MARINA GUILLERMO GÓMEZ GIL

MARINA 1920-1930
Marina
óleo sobre lienzo 90 x 80 cm
Colección Carmen Thyssen en préstamo
al Museo Carmen Thyssen , Málaga



Buena parte de la producción de Guillermo Gómez Gil estuvo dedicado al género del paisaje, en la modalidad de las marinas.

Desde sus comienzos, el mar y las costas malagueñas fueron objeto de su atención, como queda demostrado en esa obra de 1880 que presentó a la exposición organizada por el Ayuntamiento ese año y que posteriormente adquirió el Consistorio y hoy se exhibe en las salas del Museo del Patrimonio Municipal.

En aquella ocasión, literaliza el territorio y se centra en ese registro puntual y honesto de un ejercicio ecléctico con voluntad realista, opción ésta que queda mermada ante el interés por marcar itinerarios en la superficie del lienzo y definir claves de identificación del lugar, tópicas y típicas.

A medida que se profesionaliza, su voluntad por incluirse en los movimiento modernos del fin de siglo le hace detenerse en la fijación de unos paisajes, especialmente marinas, en los que el protagonismo lo adquiere la luz, por encima de los detalles geográficos, y en los que se potencien efectos lumínicos evocadores, con la intención de ejercer una línea de paisajes que pudieran vincularse a poéticas como la simbolista.

En la obra de referencia opta por una descripción literal de la naturaleza, en la que encontramos fragmentos que parecen inspirados en otras obras de Haes, como en esas rocas que asoman del mar del plano inferior izquierdo de la composición, tan cercanas a las de Restos de un naufragio de 1892 del autor belga, hoy en el Museo del Patrimonio Municipal, lo que nos hace suponer que la vista de Gómez Gil puede ser de la costa malagueña, o inspirada en ella y en sus accidentes geográficos, al igual que las barcas, muy similares reproducidas en composiciones de Ricardo Verdugo Landi o Emilio Ocón.

Todo ello nos hace pensar en un trabajo de composición, hábilmente resuelto gracias a los efectos lumínicos y cromáticos que nos invitan a creer en una toma directa del natural, que bien podría situarse en la costa malagueña o estar inspirada en ella.

La paleta aplicada al mar es significativa del trabajo del autor, que se esfuerza por manejar una gama de verdes tan familiares en las costas locales, construido a base de pinceladas cortas y precisas.


La espontaneidad de la obra queda sosegada por la narrativa que introduce la labor de pesca de los barcos, la centralidad de éstos en la composición y el ordenamiento de los elementos de la naturaleza. Rocas, mar, espuma, costa y barcos distribuidos por el lienzo y ocupando puntualmente su lugar para ofertar la sensación de inmediatez y veracidad.

Este proceso de elaboración no es censurable, ya que las recetas, aplicadas por la mayoría de los pintores, de los paisajistas, españoles a partir el último tercio del siglo XIX y aun de principios del siglo XX, ofertan un resultado certero y convincente, aunque lo amable y agradable prevalezca frente a lo aséptico y literal del registro inmediato del asunto. Aunque la luz, tan oportunamente aplicada en este tipo de obras, no se convierta en un objeto más del cuadro sino que está al servicio de la entonación de la paleta y del efecto unificador de la obra.

Sin duda, estas marinas tenían una amplia demanda, ya que satisfacían a un público que admiraba el bien hacer técnico pero que también valoraba la inclusión de la obra en estéticas que pudieran asociarse a los movimientos modernos, aunque huyendo de estridencias transgresoras o demasiadas provocativas.

En esta pieza el autor se manifiesta muy profesional y certero, realizando una composición que, a simple vista, cumple con las exigencias de la toma directa del natural y, por tanto, del compromiso con el realismo finisecular, aunque esa mirada profesional sobre ella descubra los recursos empleados y apueste por una elaboración, o terminación, del trabajo en el taller, circunstancia que lo aleja del realismo y lo incluye en el eclecticismo, aunque no clasificamos esta opción como negativa, ya que los que la ejercieron actuaron con honestidad y convencidos de que su deber estaba en poetizar con el natural, aportando la mirada creativa sobre él con las posibilidades de distanciarse del registro mecanicista, que entendían era más propio de las nuevas tecnologías (la fotografía) que de la verdadera función del arte, debate abierto en las últimas décadas del XIX y principios del XX entre los artistas y teóricos.

De lo que no cabe duda es que Gómez Gil tenía impregnada su retina de los colores del mar, el cielo y las costas malagueñas, y le era fácil trasladarlos al lienzo con todo el convencimiento del certero conocimiento de la realidad.


La obra puede ser fechada entre 1920 y 1942 dada la soltura de la pincelada y la seguridad en la ejecución, que indican un Guillermo Gómez Gil maduro, seguro de sí mismo y muy experimentado en este tipo de composiciones.


Mercedes Tamara
24 -09-2014


Bibliografía :Teresa Sauret Guerrero ( autora ) Museo Carmen Thyssen, Málaga , colección

domingo, 21 de septiembre de 2014

PATÍO INTERIOR, SEVILLA MANUEL GARCÍA RÓDRIGUEZ

PATÍO INTERIOR, SEVILLA 1920
Patío interior, Sevilla
óleo sobre lienzo 59,7 x 69,9 cm
Colección Carmen Thyssen , Museo Thyssen, Málaga

Empleando una perspectiva central un tanto forzada, García Rodríguez nos propone una composición con unas claras intenciones descriptivas. La escena recoge la tranquila vida doméstica en el interior de un patio sevillano en una soleada mañana dominical. La mantilla con peineta de una de las mujeres de la pareja que conversa, así como el misal que porta entre sus manos, parecen confirmarlo. Su compañera, en cambio, porta mantoncillo, flores en el pelo y abanico; parece de extracción popular, pudiendo tratarse de una vecina o sirvienta.


Ya en 1896 el comentarista E. Sedano, refiriéndose a los paisajes de García Rodríguez, recogía la opinión de que «simulan decoraciones de teatro. Fondo primero y laterales después». La escena, entre teatral y escenográfica, bien pudiera servir de telón de fondo para cualquiera de las comedias de los hermanos Álvarez Quintero, o servir también de escenario con cruce de personajes de las novelas de temática sevillana de autores del momento, como Pérez Lugín, Muñoz San Román, de las crónicas de J. Andrés Vázquez, o de los relatos costumbristas de moral edificante del que fuera canónigo y amigo personal de nuestro artista, Muñoz y Pabón, fiel custodio e inspirador también de las costumbres y devociones populares sevillanas.

La hora del mediodía permite contemplar con complacencia los efectos de luz que envuelven balcones, flores y detalles: el airoso y sensual conjunto de la buganvilla roja que se apoya sobre la columna central; las tupidas macetas de geranios y claveles, trepadoras e ipomeas que se enredan en los balcones de las galerías altas a la izquierda del conjunto; o las macetas de kentias dispuestas bajo las arcadas. Se trata de un verdadero muestrario de interiorismo sevillano, en el que en un mismo espacio coexisten elementos señoriales y de la tradición popular, vistos con una mirada en gran parte renovada por las estéticas modernistas y sus efectos: luz, policromía y cierto dinamismo visual, dentro de un universo sensual o paraíso doméstico. Las numerosas jaulas con canarios cantarines, las rejas de forja, la cancela de traza sinuosa que conecta con el zaguán y, a través de éste, con la plaza exterior de la iglesia, la fuente centrada adornada con macetas de crisantemos, los zócalos de azulejería trianera, las macetas de cerámica de época que contienen las palmeras exóticas, el suelo de olambrillas, y hasta el conjunto de sillas chippendale; todos los elementos descritos hablan de un contexto de detalles que regalan los sentidos, e ilustran sobre un pasado esplendor.

Historia, pasado popular, luz, colorido, sonidos y murmullo doméstico placentero, constituyen, sin estridencias, el ámbito de lo femenino y entrañable. Toda una valoración de lo sevillano nada ajena al artista, que se sitúa en los debates sobre la singularidad de la arquitectura sevillana –con la que se identificaría–, como rasgos locales de ostentación de clase, a la vez aristocratizante y tradicional; la nueva burguesía sevillana en los prolegómenos de la Exposición Iberoamericana de 1929.


Mercedes Tamara 
21-09-2014


Bibliografía : Juan Fernández Lacomba, Museo Carmen Thyssen, Málaga

viernes, 19 de septiembre de 2014

MONJA JULIO ROMERO DE TORRES

MONJA 1911
Monja
óleo sobre lienzo 50 x35 cm
Colección Museo Thyssen , Málaga

En torno a 1910 comienza a consolidarse la fama, que , años más tarde llevaría a la cúspide a Julio Romero de Torres . Pese a ello, su ascendente prestigio no venía avalado por el reconocimiento de su obra en la Exposición Nacional de ese año, ya que la recompensa obtenida por Musa gitana ( Madrid, Museo Nacional de Arte Reina Sofia) en la de 1908, no se repite ahora cuando presenta, entre otras, una de sus pinturas más sugerentes y simbólicas, el Retablo del amor  ( Barcelona, Museo Nacional de Arte de Cataluña ). Esta falta de reconocimiento oficial provocó la indignación de un nutrido círculo de más de cien intelectuales con una protesta escrita presentada ante el Ministerio de Instrucción Pública por Cristóbal de Castro ( 1874-1953). Protesta que ya en 1911, le valió la concesión de la encomienda de la orden de Alfonso XII y su nombramiento como Inspector y Comisario Regio en la Exposición Internacional de Roma.


Esta pintura Monja había despertado el interés del maestro al comenzar una larga serie de pinturas con diversas representaciones de monjas, casi todas franciscanas de blancas y negras tocas , que suponen una singular estética y extemporánea iconografía en relación con otros pintores de su época, interés y repetición de la iconografía que ha llevado a que se considere a estas monjas como uno de los  arquetipos
femeninos de la pintura de Romero de Torres.

A partir de la representación de La mística del Retablo del amor de 1910 y hasta llegar a la Monjita ( Córdoba, Museo de Julio Romero de Torres ) que dejó inacabada a su muerte en 1930, Romero lleva novicias y profesas a algunas de sus pìnturas de esos años , como Pidiendo para la Virgen, Las dos sendas , La consagración de la copla o La Gracia 
( Córdoba, Museo de Julio Romero de Torres ) , de 1928.

Es curioso resaltar que no parecen monjas en la escasas muestras de sus pinturas religiosas - pinturas murales en la parroquial de Procuna, capilla de la familia Oriol en Madrid . La Magdalena ( Córdoba, Museo de Julio Romero de Torres ) Santa Inés ( Córdoba, Museo Julio Romero de Torres ) y pocos ejemplos más - sino que están presentes en algunas obras de temática claramente profana o con títulos de vagas reminiscencias piadosas en cuyas composiciones suele identificar a la monja con el amor místico - que no beato - a pesar de una concepción ciertamente heterodoxa de obras como el Retablo del amor o La consagración de la copla. Elige igualmente esta iconografía para los retratos individualizados, de clara inspiración del Renacimiento italiano como éste conservado en el Museo de Carmen Thyssen, Málaga, de 1911, o el del Museo Julio Romero de Torres de 1930.

La composición está centrada por el retrato de medio cuerpo de una joven novicia, con un rosario colgando de su mano derecha sobre un fondo neutro, repitiendo en le ángulo superior derecho algunos de los elementos paisajísticos y arquitectónicos tan queridos por el maestro cordobés , como cipreses y arcadas de un patío con tejadillo , en esa evocación de la arquitectura y urbanismo de su ciudad natal que Romero traslada reiteradamente a los lienzos.


                                            Mercedes Tamara
                                             19-09.2014


Bibliografía : Julio Romero de Torres: Entre el mito y la realidad Edic Thyssen                           


















lunes, 1 de septiembre de 2014

NIÑOS COMIENDO DE UNA TARTERA BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO

NIÑOS COMIENDO DE UNA TARTERA 1670-1765
Niños comiendo de una tartera
óleo sobre lienzo 123,3 x 102 cm
Munich, Alte Pinakothek



El tipo de pintura de género infantil que Murillo pinta en la década de los años setenta está bien representado en la Alte Pinakothek a través de tres obras de gran calidad entre las que se encuentra este óleo.

Aunque la atmósfera del cuadro puede recordar a Niños comiendo uvas y melón , pintado más de quince años antes y también en el mismo museo ,hay notas que diferencian las dos obras. Si los personajes de la pintura más antigua eran espléndidos modelos de pintura naturalista , ahora los niños que comen de la tartera son figuras más idealizadas, pintadas con mucha más gracia.

Con todo, la caracterización psicológica de los personajes es igualmente verídica, siendo éste uno de los aciertos de Murillo a la hora de pintar escenas infantiles. Asimismo , el espíritu alegre pero con notas de melancolía de los dos niños harapientos del primer cuadro de Munich ha dado paso a un optimismo infantil , que estará muy en boga en la pintura del siglo XVIII ,y, convertirá a estas pinturas en auténticos tesoros para coleccionistas.

Si en el primer cuadro de los dos golfillos comían con glotonería hasta hartarse porque habían dado con un melón y unas uvas, ahora han convertido el festín en un verdadero juego , porque nada parece faltarles, como indica la cesta de frutas y el pan del primer plano . El de la izquierda pretende meterse un trozo de pastel en la boca desde una cierta distancia , mientras su compañero lo contempla divertido y expectante. Junto a los chiquillos, el perro, compañero inseparable de los niños en este tipo de pinturas, permanece atento a ver si cae algún pedazo de pastel. La diferencia estilística entre los dos cuadros mencionados es también notable . Esta pintura es más colorista, de iluminación más cálida y pincelada suelta que desdibuja los contornos



Bibliografía : Murillo , " Biblioteca El Mundo " 


Mercedes Tamara
1.09-2014

sábado, 16 de agosto de 2014

LA GRAN ODALISCA JEAN-AUGUSTE DOMINIQUE INGRES

LA GRAN ODALISCA, 1814 
La gran odalisca
óleo sobre lienzo 61 x 192 cm
Museo del Louvre, París






Jean-Auguste Dominique Ingres ( 1780- 1867 ) . Estudió en la Académie de Toulousse y más adelante en el estudio de David en París. En 1601 ganó la beca Prix de Roma . Ingres estudió también en la Académie de France en Roma . Recibió encargos de la familia Bonaparte , pero sus obras no gustaron y permaneció en Italia hasta 1824. Su regreso a Francia coincidió con su éxito en el Salón de París y fue aclamado como el líder de la escuela clásica 


La gran odalisca , 1814 fue un encargo de la reina Carolina de Nápoles , la hermana de Napoleón . Inicialmente tenía que formar parte de una pareja de pinturas, junto a otro desnudo también pintado por el mismo artista , pero el régimen de Bonaparte se desmoronó . Carolina huyó del país y el segundo desnudo es de una mujer durmiendo , fue destruído. Ingres estaba comprometido con un estilo neoclásico , el tono de sus pinturas es frío y el artista priorizaba la linea por encima del color .


La gran odalisca fue pintada en Roma , durante un período en que el artista gozaba de mejor reputación en Italia que en Francia. En 1879 la pintura fue expuesta en el Salón de París , provocando reacciones diversas , en parte a causa de las distorsiones de la figura femenina, que sugiere la influencia del manierismo . Aunque la pintura de la odalisca  (o concubina ) recuerda al retrato Madame Recamier ( 1800 ) de Jacques Louis David , Ingres retrató a su modelo como una mujer de harén, mostrando así su gusto por los temas orientalistas , muy populares entre los artistas románticos . A pesar de esa afinidad, Ingres se opuso a los ideales románticos hasta su muerte.


A pesar de su desnudez , la odalisca se muestra distante e inaccesible. Le da la espalda al observador y no hay ni un resquicio de calidez en su mirada. Este efecto se ve subrayado por el fondo poco definido y los tonos fríos y plateados de las telas y los accesorios. 


La gran odalisca está repleta de grandes contradicciones. La figura en escorzo pronunciado parece la personificación de la consentida indolencia y de la sensualidad natural , pero si se observa detenidamente su postura es rígida y poco elegante. La posición de la pierna izquierda es ciertamente incómoda. Es posible que la intención de Ingres fuera la de exagerar las curvas de la modelo para hacerla más atractiva visualmente. No obstante, se sirvió del ilusionismo más puro para evocar los otros sentidos. El fino rastro de humo del incienso, evoca una atmósfera embriagadora y perfumada; asimismo, las texturas tienen un aspecto verdaderamente táctil . El Ingres neoclacicista solía mostrar una cierta propensión a lo exótico, algo más propio de un pintor romántico.



Bibliografía : " Historia Universal del Arte " Edic Planeta

Mercedes Tamara
16-08-2014

viernes, 15 de agosto de 2014

NUESTRA SEÑORA DE ANDALUCIA JULIO ROMERO DE TORRES

NUESTRA SEÑORA DE ANDALUCIA 1907




Nuestra Señora de Andalucía
óleo y temple sobre lienzo 169 x 200 cm
Museo Julio Romero de Torres, Córdoba

Nuestra Señora de Andalucía, originalmente llamada Andalucía es una obra del pintor Julio Romero de Torres. El cuadro, aunque de temática profana, imita la estructura de retablo en la cual los personajes que lo componen representan distintos símbolos de Andalucía tales como la mujer andaluza, la copla, el baile y la música La obra fue presentada a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1908.[Actualmente se conserva en el Museo Julio Romero de Torres.

 

Esta obra es una de las más conocidas de Julio Romero de Torres, un genuino homenaje a los símbolos más populares de su tierra andaluza. Se trata de un cuadro  que data de 1907 ejecutado inmediatamente después del viaje que hizo por Italia, Bélgica, Francia e Inglaterra, Marruecos y Suiza, que marcaría sus obras posteriores. “Nuestra Señora de Andalucía” tiene el valor de ser el primer cuadro que cuenta con una composición que tanto habría de discutirse al pintor cordobés: La foma de retablo. Esta forma procede del género pictórico dentro de la pintura religiosa llamado “Sacra Conversazione”, que consiste en representar una escena divina de manera más natural, uniendo personajes relacionados entre sí pero mostrándose de forma independiente en un mismo escenario.

La obra muestra cinco personajes, cuatro de ellos se encuentran sobre un reducido escenario mientras que el quinto, un autorretrato de Julio Romero, se encuentra justo delante del mismo a la derecha. Este porta un cigarrillo con un gesto elegante de la mano y, como los demás personajes, dirige su mirada hacia usted, tal vez identificándose como el director de la escena representada en este retablo pagano.

En el escueto escenario teatral posan sobre un paisaje costumbrista tres mujeres y un hombre detrás de ellas. Vagamente iluminados destaca el brillante vestido blanco de la figura central, que, según el autor, representa la “Divinación de la mujer andaluza”. A cada lado dos mujeres posan arrodilladas junto a ella en actitud sumisa. A la izquierda, y sosteniendo su manto blanco con las dos manos, una mujer de edad madura simboliza “La copla”, es la personificación del cante, una famosa cantaora de la época llamada Carmen Casena. A la derecha, una joven envuelta en un mantón rojo, que fue la famosa bailaora “La Cartulina”, simbolizando “el baile”. El hombre, que porta una guitarra, se situa detrás de ella a la derecha encarnando a “la música”, envuelto en una clásica capa negra española y cubierto por el típico sombrero cordobés.

La obra desconcertó al público de entonces, el cual no entendía que una gitana vistiera manto y se hincara de rodillas ante una muchacha sin divinidad alguna, por mucho que el pintor quisiera adjudicarle dicho rango. La actitud solemne de los personajes y esta interpretación simbólica nada obvia, encarnada por personajes de aspecto tan popular, tiñen la obra de una extraña conjunción de realidad y simbolismo, de misterios y esencia que serían una constante en los trabajos posteriores del pintor.

Como telón de fondo se aprecia una composición imaginaria inspirada en el paisaje cordobés, con elementos de la ciudad. Dos escenas en miniatura de amor y muerte tiene lugar en la llanura más cercana de este paisaje. Este miniaturismo, así como la utilización de arquitecturas situadas al fondo de los cuadros, nos recuerdan una clara influencia de los pintores cordobeses que vió desde su niñez en el museo
 
Bibliografía : Julio Romero de Torres : Entre el mito y la realidad, Carmen Thyssen , Málaga
                        Wikipedia
 
                                                                             Mercedes Tamara
                                                         15-08-2014